Cuentos para contar.

viernes, 30 de octubre de 2015

El zombie que podía soñar

¿Porqué soñamos?, os habréis preguntado más de una vez; os lo contaré: El primer hombre que vivió en el mundo, convivía en perfecta armonía con todas las criaturas, tanto con las de la luz, como con las de las sombras. pero había una criatura que le envidiaba; se trataba de un gato, y era tanta su envidia, que de un zarpazo, le arrancó un trozo de alma y lo arrojó al Abismo de los Tiempos. Desde entonces, el hombre tiene que dormir para zambullirse en los abismos del tiempo y poder estar en contacto con el trozo de alma que le falta.
¿Qué como lo se?, ¡pues porque soy un zombie!, ¡el único zombie que existe que puede soñar! Os contaré mi historia.

Cuando alguien pierde su alma, y sigue viviendo, se convierte en un zombie. No me preguntéis porque pasa, pero suele pasar. Y a mi me sucedió. Andaba por el bosque cogiendo setas, cuando me pilló una tormenta. Me que dé ensimismado, viendo como el cielo parecía romperse en mil pedazos, como un espejo roto, al estallar los rayos sobre mi cabeza. Y sobre ella cayó uno de ellos, chamuscándome desde la coronilla hasta la planta de los pies. Y morí como es natural, o casi, porque aquí estoy, convertido en zombie.
Como tal, vagaba  día y noche por el bosque, sin voluntad propia, sin alegrías ni tristezas, sin sueños, sin alma. Cuando tropecé con algo metálico que había en el suelo; era una trampa para zorros, en la que había caído un gato. Con el tropezón, la trampa saltó por los aires, y se abrió, liberando al gato. Este llevaba días sin comer ni beber, sumido en terribles dolores, y lleno de agradecimiento, me dijo lo siguiente:
- Si no llega a ser por ti, hubiera muerto de sed y hambre, te debo la vida. Por eso voy a recompensarte; ¿te gustaría recuperar un trozo de tu alma?
Asentí con la cabeza, ya que el habla es una cualidad del alma.
- Pues entonces, ¡acompáñame!
Anduvimos mucho tiempo. Mi amigo el gato, se desesperaba ante mi torpeza, ya que como es sabido, los zombies arrastramos los pies, y además, tenía que pararme a menudo para recoger algún miembro que se me había caído por el camino.
Llegamos hasta un gran palacio, situado en la cima de la montaña más alta, rodeado de nieve y hielo. En la puerta, se encontraba un gigante con una armadura plateada que resplandecía al sol. Sostenía una enorme hacha entre las manos.
- Este es el Palacio de los Sueños, y aquel su guardián - me dijo señalando al gigante. - Todas las noches, las almas vienen aquí, y una vez dentro, se acuestan en una de las 3 camas que hay en la sala principal. Dependiendo de la cama que elijan, tendrán sueños maravillosos, pesadillas espantosas, o no soñarán nada. Sólo tendrás que acostarte en una de las camas, reencontrarte con un trozo de tu alma, y soñar.
¡Pero yo no tenía alma, y el guardián nunca me permitiría entrar! Así se lo hice entender al gato, lanzando una resignada mirada al gigante.
-¡Claro, el guardián!, ¡no te dejará pasar si no tienes alma........! - dijo pensativamente. - pero no te preocupes, los gatos somos criaturas especiales, mi alma te poseerá, y podrás entrar conmigo.
Y así fue, ¡Era maravilloso volver a soñar!, aunque a veces sufría espantosas pesadillas con perros de  dos cabezas y cien bocas, que me perseguían babeantes.
Pero me cansé enseguida. Soñar con enormes bancos de sardinas que nadaban por el cielo, y caían directamente a mi boca, o en infinitos ovillos de lana en los que enrredarme. La verdad, que no me llenaba en absoluto. Así que intenté entrar en el palacio por mis propios medios.
Me acerqué renqueante hasta la puerta, donde se encontraba el guardián.
- ¡Qué haces aquí! - rugió - los zombies no pueden entrar en el Palacio de los Sueños, ¡no tenéis alma!
Me quedé quieto, e intente conmoverle con mi mirada más suplicante. Pero el guardián insistió, más furioso todavía:
- ¡He dicho que te largues!
Pero yo no estaba dispuesto a desistir, así que cerré los ojos, y me quedé ahí plantado. El gigante, fuera de si, cogió su hacha, y me cortó por la mitad, como si fuese un melón. Pero cuando creía que echaría mis restos al foso, vi como, con rostro sorprendido, cogía mi corazón, que había rodado por el suelo, y lo miraba estupefacto: ¡Mi corazón brillaba!, ¡un trozo del rayo que me atravesó, se había quedado atrapado en él!
- Si me das tu corazón, te dejaré entrar - me dijo - el calor que desprende, me calentará en las gélidas horas de guardia. Pero tendrás que elegir bien la cama donde dormir, porque allí dormirás por siempre, y tu vida podría convertirse en una pesadilla eterna.
Como soy un zombie, no tuve ningún problema en darle mi corazón al guardián, yo no lo necesitaba.
El gigante me abrió las puertas del palacio, y me dejó entrar, una vez que me reconstruyó, y se guardó mi corazón en el bolsillo.
Dentro, todo estaba hecho de cristal y nubes. En la sala principal vi las tres camas. Eran idénticas, de madera, con colchones de lana, y cuatro angelitos guardando sus cuatro esquinas.
No se cuanto tiempo pasé allí, sin decidirme que cama elegir. Al final, ya cansado, me tumbé en la más cercana.
Y os preguntaréis que cama elegí, si la de los sueños maravillosos, la de las pesadillas, o en la que no se soñaba. La respuesta sólo depende de vosotros, de si os ha gustado el cuento, os ha dejado indiferentes, o no os ha gustado nada en absoluto, ¡CUANDO DESPERTEIS!





sábado, 24 de octubre de 2015

La gota de agua y la lágrima

La gota de agua corría feliz por el cauce del río, sorteando rocas y troncos a toda velocidad. Descansaba en un remanso, cuando a su  lado, cayó una gota que era distinta a las demás.
- Hola -le saludó- tu no eres una gota de agua normal.
- No, soy una lágrima - le respondió.
La gota de agua, que no había oído hablar nunca de las lágrimas, vio que estaba triste.
- ¿Porqué estás triste? - le preguntó.
- Vengo del ojo de una niña, se le cayó al río su muñeca favorita mientras jugaba con ella, y la corriente se la llevó. Por eso lloró, y caí al agua.
- ¡Vaya!, ¡tenemos que ayudarle! - dijo la gota de agua impresionada.
La gota de agua y la lágrima corrieron raudas, arrastradas por la corriente, hasta llegar al mar. Allí, buscaron incansablemente la muñeca, entre cartones, plásticos y otras basuras que flotaban a la deriva.
- ¡Nunca la encontraremos! - decía afligida la lágrima.
- ¡Claro que sí!, ¡pediremos ayuda!
La noticia de la muñeca perdida, se fue propagando de gota en gota, y enseguida dieron con ella. La encontraron varada en una playa. La gota de agua y la lágrima, esperaron a que subiera la marea, y entre todas las gotas de agua, llevaron a la muñeca hasta altamar, sorteando las olas.
- ¿Y ahora, como vamos a llevar la muñeca hasta la niña? - se quejaba la lágrima con su pesimismo natural.
- La verdad es que no lo sé, pero tiene que haber una forma.
Y la hubo. Tanto era el interés de las gotas de agua y la lágrima por devolver la muñeca a la niña, que al evaporarse por e calor del sol, formaron una nube alrededor de ella, que hizo que se elevara por el cielo. El viento les ayudó, soplando la nube río arriba, hasta donde estaba la niña, que todos los días iba allí donde había perdido su muñeca, a llorar desconsoladamente.
Entonces el viento se enfrió, convirtiendo las gotas de agua y la lágrima en lluvia, haciendo caer la muñeca al río, justo al lado de la niña. ¡No se lo podía creer!, ¡Elsa estaba allí!, ¡como caída del cielo! La niña abrazó su muñeca, y jugó con ella hasta que se hizo de noche.
La gota de agua estaba satisfecha, y se disponía a volver de nuevo al mar, cuando a su lado, cayó una nueva lágrima, pero esta no estaba triste, al contrario, estaba llena de gozo y agradecimiento.

viernes, 9 de octubre de 2015

El cabrero y el guante mágico

Juan tenía una cabra, Esmeralda. Le quería mucho, y además era su único medio de subsistencia. Todos los días ordeñaba a la cabra, y con la leche hacía sabrosos quesos que luego vendía en el mercado del pueblo. No sacaba mucho dinero, pero si el suficiente como para poder haberse comprado un pequeña chabola de madera en el bosque. Juan era feliz, pero ya era mayor, y cada vez le costaba más ir al pueblo, que se encontraba a 2 horas de la chabola donde vivía.
Un día, paso por el bosque un rico comerciante. Su caballo estaba exhausto, y al ver la chabola de Juan paró y llamó a la puerta.
- Hola buen hombre - le dijo a Juan - mi caballo está agotado, y necesita agua y descanso.
- ¡Como no!, pase, y descanse usted también - le respondió amablemente - le daré agua y alfalfa a su caballo, y podrá continuar en cuanto se recupere.
Así lo hizo, y convidó al comerciante a queso y vino.
- ¡Uhmmmm!, este queso está buenísimo - dijo el comerciante -  ¿donde lo compra?
- Lo hago yo mismo, tengo una cabra que me da una leche excelente.
El comerciante, con su ambiciosa mente, vio enseguida que tenía entre manos un buen negocio.
- Me gustaría hacerte una propuesta - le dijo - si me haces 20 quesos como este, yo te los compraré todos.
- ¡20 quesos!, ¡si con 5 que haga me bastan para vivir!
- Piensa que con el dinero que te sobre podrías comprarte un carro y un caballo para poder ir al pueblo para vender tus quesos.
- ¡Vaya!, no estaría mal...........
El comerciante, sin darle tiempo a pensar, le plantó delante de sus ojos un contrato, en el que Juan tendría que hacer 20 quesos por 6 monedas de oro en el plazo de 2 semanas.
- Firma aquí y tendrás tu carro.
Juan firmó, ya se imaginaba sentado en su majestuoso carro, de camino al pueblo.

Juan se puso a la labor, pero se dio cuenta que necesitaría mucha más leche de lo habitual, por lo que ordeñaba a Esmeralda hasta la última gota, y hasta 2 veces por día. Juan se enfadaba mucho con ella, ya que veía que ésta no iba a ser capaz de darle la leche que necesitaba. La pobre Esmeralda adelgazó mucho, y enfermó. Por ese motivo, dejó de dar leche.
A las 2 semanas, el comerciante fue a casa de Juan a por sus 20 quesos, tal como habían acordado.
- Lo siento -  le dijo Juan - mi cabra ha enfermado, y ya no me da leche. Sólo he podido hacer 8 quesos.
- ¡8 quesos! - gritó el comerciante fuera de sí -¡ Tengo vendidos ya los 20 quesos!, ¡Exijo que me los hagas!
- ¡Pero como voy a hacerlos!
- ¡ Es tu problema!, ¡si dentro de una semana no me das 20 quesos, me quedaré con tu chabola!
El comerciante montó en su caballo y se fue, dejando a Juan en la más absoluta desolación.

El pobre Juan no sabía que hacer, la preocupación le hacía pasar la noches dando vueltas en la cama sin poder dormir.
Un día, pasó por allí un apuesto joven montando un impresionate caballo.
- Hola buen hombre -  le dijo - ¿Sabe por donde se va al pueblo?
- Si claro, siga por el robledal hasta el río, y continúe por el camino que pasa entre los trigales, no tiene pérdida.
El joven, al ver las ojeras del pobre Juan, le preguntó qué le sucedía. El cabrero le contó su historia.
- Podría ayudarte - le dijo - toma éste guante, tiene el poder de convertir el oro en arena. Cuando venga el comerciante a por sus quesos, pídele que te de primero el dinero, cuando lo haga, lo tomarás con la mano enguatada en el guante mágico, y las monedas se convertirán en arena. Al no poder pagarte, no tendrás porqué darle los quesos.
Juan le mostró al joven su eterno agradecimiento, y por fin pudo dormir en paz.

Llegó el día en el que el comerciante fue a casa de Juan a por los quesos. Llegó acompañado de un alguacil, para que se llevara preso a Juan si no cumplía el contrato.
- ¡Los 20 quesos! - gritaba mientras aporreaba la puerta con una mano, y mantenía el contrato firmado por Juan en la otra.
Juan abrió la puerta con parsimonia.
- Primero págame - le dijo mientras tendía la mano enguantada.
- ¡ Aquí tienes!- le dijo sacando 6 monedas de oro del bolsillo de su chaqueta. Estas, al ponerlas en la mano de Juan, se deshicieron al tocarla, convirtiéndose en arena, que se llevó el viento.
- No veo ninguna monede en mi mano - dijo Juan simulando asombro.
- ¿queeee?, ¡no puede ser, si yo..........!
Volvió a sacar otras 6 monedas de oro, y las puso de nuevo en la mano de Juan; y de nuevo el viento se llevó lo que quedó de ellas.
- ¡Es magia!, ¡magia negra!, ¡deténgale alguacil! - gritó el comerciante con el rostro desencajado.
- Lo siento -  dijo el alguacil inmutable - no veo que se haya cometido ningún delito.
El comerciante, fuera de si, se abalanzó sobre Juan gritando.
- ¡Maldito brujo!
Pero el alguacil, con un rápido movimiento, agarró al comerciante del brazo, y se lo llevó atado de pies y manos, por intentar agredir al cabrero.

Juan, con los 3 quesos de más que había hecho, consiguió el dinero suficiente para llevar a Esmeralda al mejor médico del pueblo. La cabra se recuperó, y empezó a dar de nuevo la mejor leche del condado.
Un día, llamaron a la puerta de su chabola; era el apuesto joven que le dio el guante mágico.
- Vengo a por el guante - le dijo.
Juan se lo devolvió, y le contó lo sucedido.
- Ahora vivo como antes - le comentó - cuido de mi cabra, y ella me da todo lo que necesito, ¿para qué quiero más?
- Has hecho lo correcto - le contestó.
También le dijo, que era un príncipe, y que tenía que volver a su reino, pero tendría noticias de él.
Un buen día, se presentó un hombre en casa de Juan.
- Vengo en nombre del príncipe Igor - le dijo - traigo un presente de su parte.
Y le dejó ante su puerta un precioso carro tirado por un majestuoso corcel.