Cuentos para contar.

viernes, 17 de junio de 2016

Calabaracín (el niño que creció de una calabaza): La granja

¡Hola!, soy un niño de seis años, pero soy un niño un tanto especial. Mi nombre es Calabaracín, ¿Sabéis porqué?, ¡porque nací de una calabaza!, lo que oís, el granjero cogió una enorme calabaza que crecía en su huerta para hacerse un pastel, la abrió ¡y se encontró conmigo!, como pulgarcita, que creció de una flor; pero no creo que fuera por el hechizo de un hada. Salí de la calabaza ya crecido, aunque no sabía nada de nada, no había ido al colegio para aprender, y todo era nuevo para mi. El granjero que me encontró andaba  muy ocupado con sus vacas, ovejas, tomates, lechugas y demás, por lo que no tenía tiempo para enseñarme nada, y la verdad, tampoco era muy listo. Tampoco tenía dinero para mandarme a la escuela, por lo que tuve que aprender todo por mi mismo.
Pero empecemos por el principio. El día en el que me encontró Fred, que así se llamaba el granjero, me dijo muy serio:" Hijo, soy un hombre muy ocupado, por lo que no voy a poder atenderte, pero aquí tendrás siempre un plato caliente y una cama mullida".
Es un buen tipo, aunque un poco corto de entendederas. Se levantaba con el sol, y se ocupaba de todas las tareas de la granja hasta que se volvía a poner, acostándose rendido de tanto trabajar. Yo procuraba molestarle lo menos posible, y aprender por mi mismo tantas cosas maravillosas que me rodeaban.

Me fascinaban las vacas; se notaba que eran las más sabias y respetadas. Con movimientos pausados, movían sus voluminosos cuerpos por los pastos, preocupadas únicamente en comer hierba. Pero cuando te acercabas, se te quedaban mirando con esos grandes ojos, profundos, que parecían conocer todos los misterios del universo...............
En segundo lugar, por rango de importancia, estaban los caballos: ¡Qué porte!, ¡qué majestuosidad!, sobre todo cuando trotaban por el prado con las crines al viento. Eran como príncipes altivos, pero como ellos, impetuosos e ingenuos.
Pero allí los que manejaban el cotarro eran los cerdos; fuertes y agresivos, retozaban por el barro después de devorar todo lo que veían sus ojillos codiciosos. Era mejor no entrometerse en sus asuntos, podías acabar con un buen mordisco, o un pisotón.
Las orgullosas cabras, también tenían su parcela de poder, pero su individualidad les volvía más débiles.
Las ovejas y las gallinas ocupaban lo más bajo del escalafón social., tímidas las primeras y asustadizas las segundas, correteaban todo el día por la granja en busca de alimento, siempre con el corazón en un puño.

viernes, 10 de junio de 2016

Nassem y las gafas mágicas (3)

Algo increíble sacudió los monótonos y grises días del campamento; un afamado director de cine fue allí para filmar escenas de un documental que estaba realizando. El director, en bermudas y chaleco, daba instrucciones al cámara y a los técnicos de sonido, que se afanaban en su labor ante el tumulto de curiosos que se agolpaban alrededor de ellos. Nassem, que se encontraba a unos metros, vio como el director llamó a alguien de entre la gente; se trataba de Abdul. Le dijo unas palabras, y subieron los dos al helicóptero en el que había llegado el famoso director, alzando el vuelo y ahuyentando a la muchedumbre con los remolinos que levantaban las hélices.
Nassem se llevó la mano al bolsillo donde llevaba las gafas mágicas, y como se había imaginado, no estaban allí: Abdul se las había robado.

La situación de los refugiados Sirios no cambiaba, por la indiferencia de los mandatarios europeos, Y la vida en el campo de refugiados de Lesbos se volvía cada vez más insostenible. Pero Nassem no se rindió, y saliendo del círculo vicioso en el que habían caído la mayoría de sus compañeros, se propuso ayudar a las personas que le rodeaban en todo lo que pudiera. Así, llevaba comida a una anciana que casi no  podía andar, cuidaba en la enfermería a un hombre enfermo que no tenían a nadie que le acompañase, e incluso enseñó a leer y escribir a un niño huèrfano como él.
Al cabo de un tiempo, fue enviado a una casa de acogida junto con otros niños huérfanos, y allí fue adoptado por un matrimonio alemán, que cuido de él e incluso le procuraron estudios. Fue a la universidad, donde estudió derecho, y cuando se licenció, fundó una asociación para ayuda a los refugiados de guerra, que tuvo un gran reconocimiento internacional por la intensa labor que realizaba Nassem.
También conoció una chica con la que se casó y tuvo 2 hijos, formando así la familia que había perdido en el bombardeo.

Nassem se encontraba dando una conferencia sobre derechos humanos en la universidad de harvard. Cuando terminó, entre los aplausos  y el reconocimiento del público, se le acercó un hombre de su misma nacionalidad, que escondía su rostro marcado por los excesos en unas gafas oscuras.
- Nassem, hermano, ¿Me recuerdas? - le dijo.
- ¡Abdul!
- Veo que te va bien.
Se dieron un emotivo abrazo.
- ¿Qué me cuentas?
Abdul se quitó las gafas; vio en sus ojos el cansancio y la derrota.
- No me ha ido tan bien.
- ¿No ganaste un Oscar?
- Si, el director que me descubrió en el campamento de refugiados me dio un papel en una de sus películas, y si es cierto que gané un Oscar, y me hice muy popular,pero caí en las drogas y el lujo, sabes, podía conseguir todo lo que quería..............pero no sabía en realidad lo que quería. Veo que tu si.
- ¿Puedo ayudarte?
- No, no, gracias. Quería devolverte algo.
Abdul sacó unas gafas del bolsillo de su cazadora, cuyo estuche reconoció al instante, y se las dio.
- No me han servido de mucho. Perdona.
Y se marchó con lo mirada baja.
Nassem abrió el estuche, y  sostuvo las gafas en su mano un instante. Luego las guardó y se las metió en el bolsillo. Nunca más volvió a ponérselas, no le hizo falta.



viernes, 3 de junio de 2016

Nassem y las gafas mágicas (2)

Aquella noche Nassem y abdul durmieron en una mullida cama, con la tripa llena.

Al día siguiente Bart les enseñó el barco. Les llevó a la sala de máquinas, donde los grandes motores mugían a pleno rendimiento, incluso estuvieron en la cabina de mando, donde el timonel gobernaba el barco y el capitán impartía las órdenes oportunas.
Después de comer, se sentaron en unas tumbonas para tomar el sol.
- Esto es vida, eh Nassem!, las gafas funcionan a la perfección.
Pero Nassem no parecía contento.
- No se, acuérdate de nuestros compañeros, ellos lo están pasando mal, y nosotros............
- La vida es así, algunos tienen suerte y otros no.
- No es justo.
- ¿Quien habla de justicia? Mira yo voy a ser actor, de los de Hollywood, y pasaré por encima de quien sea para conseguirlo. ¿Y tú?
- No lo se - dijo tras pensarlo.
Abdul se recostó en la hamaca y cerro los ojos quedándose dormido. Nassem se acercó a la barandilla del barco para perder la vista en el horizonte. Entonces vino a su cabeza la imagen de su madre, y la de su padre, y su hermano; estaban en la playa, jugando entre las olas, y na luz de esperanza iluminó sus ojos; pero nada sucedió. Se quitó las gafas decepcionado, y las guardó.


El Niessem llegó a la coqueta isla griega de Lesbos, donde descargó su mercancía humana. Les llevaron a un campo de refugiados situado a las afueras de la capital. Se trataba de cientos de tiendas de campaña sobre un suelo agreste, rodeadas de alambradas, que le daba más el aspecto de un campo de concentración que de otra cosa.
Allí las condiciones de vida no eran mejores que las del barco, empeoradas por los grupos mafiosos que se aprovechaban de la ayuda humanitaria para hacer sus propios negocios.
Abdul y Nassem perdían el tiempo con los demás chicos, sin nada que hacer entre las polvorientas calles de campo, fumando pitillos y esnifando pegamento que conseguían al cambiarlos por ropa o alimentos que robaban.
En el albergue donde dormían, había una niña de unos 10 años con un bebé en brazos; este no paraba de llorar.
- ¿No tienes padres? - le preguntó Nassem.
- Si - dijo tímidamente - pero no se donde están.
- ¿Es tu hermano? - le preguntó señalando al bebé.
- Si.
-¿Porqué llora?
- No lo se.
Nassem puso su mano en la frente del bebé, y vio que ardía.
Miró a su alrededor, pero no vio a nadie que pudiera ayudarle. Entonces sacó sus gafas mágicas del bolsillo, y se las puso.
- ¡Porqué llora ese condenado niño! - escuchó - ¡No hay quien duerma!
Un hombre entró gritando en el albergue.
- Es que tiene fiebre señor - le dijo Nassem.
- ¡Maldita sea!
El hombre sacó un móvil e hizo una llamada. Al rato apareció una ambulancia, que se llevó al bebé a su hermana y a Nassem al hospital.
Sabía que en el hospital sucedería algo, y así fue; el padre de la niña había caído enfermo, y se encontraba allí con su madre, y no fue casualidad que ésta se cruzara con su hija entre las numerosas camas que abarrotaban el lugar.